Mujeres Afromexicanas, personas que litigaron, heredaron, trabajaron por su cuenta y defendieron la libertad de sus hijos


30 de octubre de 2025

  • Todas compartieron una misma batalla: preservar su dignidad y construir espacios propios dentro de un sistema que las oprimía
  • Ni la más feroz de las represiones pudo arrancar la semilla que esta cultura ya había sembrado en la sociedad novohispana: un legado que perdura hasta nuestros días

La subsecretaria de Educación Básica, Noemí Juárez Pérez, dedicó la sección “Mujeres en la Historia” al aporte fundamental de las mujeres afromexicanas a la historia nacional.

En la Conferencia del Pueblo, presidida por la Presidenta Claudia Sheinbaum, Juárez Pérez explicó que, durante el periodo virreinal, las mujeres africanas y afrodescendientes vivían inmersas en una red de leyes, prejuicios y jerarquías destinada a controlar sus cuerpos, su trabajo y su libertad.

En algunas ciudades, las normas coloniales les prohibían vestir con lujo, reunirse de noche o usar joyas. Bajo una constante vigilancia por su origen y condición de género, formaban parte de una sociedad que las catalogaba como peligrosas o tentadoras, pero nunca como ciudadanas.

A pesar de ello, los archivos cuentan una historia distinta, de ahí la importancia de este ejercicio de memoria histórica. En los documentos notariales —como testamentos, cartas de libertad, dotes o compraventas— estas mujeres no solo aparecen como propiedad. Sus nombres pueblan los registros coloniales también como personas que litigaron, heredaron, trabajaron por su cuenta y defendieron la libertad de sus hijos.

Muchas nacieron libres gracias a esta lucha, convirtiéndose en hijas y nietas de quienes habían logrado la emancipación. Todas compartieron una misma batalla: preservar su dignidad y construir espacios propios dentro de un sistema que las oprimía.

Una vez que comenzó el video, se narró que, a principios de mayo de 1612, treinta y cinco personas africanas y afrodescendientes, entre ellas siete mujeres, fueron ahorcadas en la Plaza Mayor de la Ciudad de México.

Las ejecuciones, ordenadas bajo la acusación de conspirar contra el orden virreinal, constituían un mensaje contundente de las autoridades para disuadir cualquier intento de revuelta, dirigido particularmente contra las mujeres, a quienes se señalaba como las principales instigadoras de la conspiración. Este evento no fue un hecho aislado. Tres años antes, en 1609, el gobierno español había lanzado una campaña para reprimir el movimiento libertario de esclavos encabezado por Gaspar Yanga en la región azucarera de Veracruz.

Existía un temor generalizado de que el levantamiento se extendiera por toda la Nueva España, un miedo alimentado por la significativa presencia africana: se calcula que durante el periodo colonial arribaron a Veracruz aproximadamente 250,000 hombres y mujeres esclavizados procedentes de África.

El conflicto que desencadenó las ejecuciones de 1612 comenzó un año antes, cuando el funeral de una mujer afrodescendiente —que murió a causa de los golpes de su amo— desató una movilización masiva. La llamada Cofradía de los Negros del Convento de la Merced, que contaba con 1,500 miembros, protestó frente al Palacio Virreinal y llegó a planear una rebelión para el Jueves Santo.

Las autoridades declararon el estado de emergencia: movilizaron milicias, suspendieron las ceremonias de Semana Santa, cerraron las iglesias, llevaron a cabo arrestos masivos y reactivaron restricciones específicas para la población afrodescendiente, tanto esclava como libre. Se les prohibió poseer armas, reunirse en grupos de más de tres personas, salir durante la noche y, en el caso de las mujeres, vestir indumentaria que pudiera considerarse lujosa.

La represión se focalizó en las cofradías, que fueron disueltas. Bajo la apariencia de asociaciones religiosas católicas, estas agrupaciones —donde las mujeres desempeñaron un papel crucial— servían para preservar la memoria y las costumbres ancestrales, como la medicina tradicional y los usos funerarios con cantos y bailes, prácticas consideradas bárbaras e idólatras por el gobierno virreinal. Tras la ejecución masiva de 1612, y desafiando a las autoridades, un numeroso grupo de mujeres afrodescendientes se apresuró a mortajar con delicadeza los cuerpos de los condenados.

Dignificar la muerte, llorarla y honrar la memoria de los suyos se convirtió así en un acto de resistencia colectiva y de unidad ante la tragedia. Ni la más feroz de las represiones pudo arrancar la semilla que esta cultura ya había sembrado en la sociedad novohispana: un legado que perdura hasta nuestros días.

Tras finalizar el video, la subsecretaria tomó la palabra y dijo que en los archivos notariales de Puebla existen casos de mujeres que transformaron su destino con determinación. Algunas, como Dominga o Diomara aparecen en documentos donde utilizaron las herramientas del derecho colonial para exigir justicia, redactar testamentos y asegurar el futuro de sus hijas. Muchas aprendieron a emplear el lenguaje del honor y de la fe para ganar respeto y legitimidad.

Así lo hizo Teresa López, una mujer libre de Xalapa, que usó su matrimonio con un español como una estrategia legal para defender su herencia; o María Magdalena, quien en 1749 luchó por la libertad y la herencia de su hija, demostrando un dominio excepcional de las leyes coloniales. Sin duda, la llamada "tercera raíz" es una de las comunidades más importantes y trascendentes en la historia de nuestro México.